Fístulas y abscesos anales

El absceso y la fístula anal son frecuentemente las manifestaciones aguda y crónica de un mismo proceso. Un absceso es una infección localizada alrededor del ano o del recto que contiene pus en su interior y la fístula es un trayecto (túnel) localizado por debajo de la piel que rodea al ano.

La fístula anal es una enfermedad relativamente común, sobre todo en adultos, aunque puede presentarse en niños si se asocia a enfermedades inflamatorias intestinales como la enfermedad de Crohn. Aparece más frecuentemente en varones que en mujeres. Su prevalencia se estima en torno al 30%, con un pico de edad en torno a los 40 años.

El cuadro clínico de esta patología puede ser prácticamente asintomático si se encuentra en alguna zona algo alejada del ano, con molestias leves como picor o escozor, o manifestarse como un dolor agudo, muy intenso y de carácter cortante que se presenta en el momento del paso de las heces por la zona durante la deposición, y que puede llegar a permanecer durante varias horas después de la misma. En ocasiones puede aparecer un ligero sangrado y pequeñas cantidades de pus.

Fístula anal

Causas de la fístula anal

El canal anal tiene unas pequeñas glándulas que forman parte de la anatomía normal. Si las glándulas en el ano se obstruyen puede dar lugar a una infección. Si la infección es grave, es frecuente que se produzca un absceso. Las bacterias, las heces o materias extrañas también pueden obstruir las glándulas anales y causar un absceso. La enfermedad de Crohn, el cáncer o ??la radiación pueden aumentar el riesgo de infecciones y fístulas.

La fístula anal o perianal se origina habitualmente por la infección de una glándula de las existentes al final del recto, que da lugar a un absceso de pus muy doloroso. Se trata de una comunicación anormal que puede estar muy cerca del ano y que busca salida en los alrededores del mismo. En el caso de fístulas anales complejas el origen del trayecto suele encontrarse más en profundidad en el recto y salir más alejado del ano.

En fase de absceso el tratamiento debe ser darle salida al pus (drenar el absceso) y con posterioridad cuando haya bajado la inflamación localizar todo el trayecto fistuloso y realizar una puesta a plano (“convertir un túnel en un barranco”). La cicatrización se produce poco a poco.

Cuando el paciente llega a la consulta con un absceso, el tratamiento comienza con el drenaje del mismo, una pequeña intervención que se realiza con anestesia local y el dolor desaparece prácticamente en su totalidad al reducirse la presión causada por el pus. Si la fístula no ha provocado absceso, o una vez haya bajado la inflamación del mismo (unos días después del drenaje), el tratamiento consiste en una pequeña intervención quirúrgica ambulatoria, también con anestesia local y sin ingreso, prácticamente indolora.

En el caso de fístulas anales complejas puede ser necesaria más de una intervención, ya que inicialmente se pasaría un setón (sedal) y posteriormente se pondría a plano en una o varias actuaciones quirúrgicas. Suele ser habitual un mínimo de tres controles o curas que si bien pueden ser molestas suelen ser indoloras.

Estas intervenciones se realizan con anestesia local, sin ingreso en clínica. Como norma general, los pacientes no deben trabajar el día de la intervención pero pueden incorporarse al trabajo al día siguiente.

Cuidados postoperatorios

El postoperatorio no suele ser doloroso y, salvo casos puntuales, no precisa de baja laboral. Las curas pueden realizarse fácilmente en casa con unas instrucciones sencillas que le daremos tras la intervención, en ningún caso se dejan gasas en el interior de la herida. No obstante, le pediremos que acuda regularmente a consulta para las revisiones. Es fundamental mantener una higiene correcta de la zona para facilitar su curación.